ÁNGEL DE EL SALVADOR
Era
una luna negra de verano,
de cabellos rebeldes y esparcidos,
la piel cetrina y aceitosa,
el pecho persistente en el dolor;
esconde
la cabeza bajo el aire,
juega
con sus manitas a enhebrar
una
bruma que solo él conoce,
las
intuiciones saltan de sus ojos
sin
pretensiones, y sin vanidad
retrocede
para difuminar su estela,
se
sumerge en su propia oscuridad
y
regresa con los ojos brillantes
por
algún pensamiento salvaje,
sin
palabras para que yo lo nombre
ni
tiempo que medir, como un espejo
de
algo que vive en otra parte
no
visto ni escuchado.

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